Del Perú a Palestina: no se mata la verdad matando periodistas.
El 10 de octubre de 1991, Melisa Alfaro, una joven periodista de apenas veintitrés años, fue asesinada en Lima por un sobrebomba dirigido a la revista Cambio. Su muerte, como la de muchos otros periodistas, nos recuerda la vulnerabilidad en la que vivían y viven quienes ejercen el periodismo y creen que informar bajo los principios éticos es un derecho y un deber que no puede negociarse. Como sociedad debemos entender que la violencia que se ejerce contra los periodistas es parte de una estrategia sistemática y una decisión consciente de quienes busca en toda medida sofocar la verdad. Por ello, la figura de Melisa nos obliga a reflexionar sobre lo que significa ejercer el periodismo.
En cada país y en cada época, el periodismo enfrenta presiones y amenazas, pero la esencia de la profesión se sostiene en un juramento: decir la verdad, buscarla con rigor y difundirla con ética, aunque ello implique mayores riesgos personales. Hoy, la situación no es distinta en muchos lugares del mundo. En Palestina, como el más visible de los ejemplos actuales, en medio de la devastación, decenas de periodistas han sido asesinados en el último año. El mensaje es global y contundente: el periodismo ético sigue siendo visto como un enemigo por quienes temen la transparencia.
La ola de violencia contra los periodistas peruanos retumba nuevamente del pasado al presente y vemos como las amenazas, agresiones y asesinatos recientes confirman que la impunidad sigue siendo la regla. Los casos de Gastón Sotomayor en Ica y de Raúl Celiz López en Iquitos nos deberían obligar a pensar que cada periodista asesinado, encarcelado, desaparecido y silenciado representa una derrota para la democracia.
Esa realidad debería indignarnos a todos, no solo a quienes ejercen la profesión porque cuando se calla a un periodista, lo que se busca es callar a la ciudadanía entera. La pérdida irreparable de un periodista que pese a todo se mantiene firme, mengua el derecho de toda la colectividad a estar informados. Por ello, conmemorar a Melisa Alfaro y a todos los periodistas peruanos que han sido asesinados, perseguidos y censurados es un acto político de resistencia frente al olvido y la imposición de la impunidad.
Este 1ro de octubre, Día del Periodista en el Perú, aparte de ser una fecha para conmemorar, debería ser un llamado a la acción no sólo del y hacia el gremio, sino también de la ciudadanía, porque el periodismo ético no se sostiene solo en quienes lo ejercen, sino que lo sostiene una sociedad que lo respalda, lo valora y lo defiende de la censura, la violencia y la impunidad.